Catracha de corazón.
Sí, sólo un mes ha hecho falta para que
este país me haya robado el corazón. No solo por sus brumas entre montañas, sus
atardeceres, sus colores… sino también por su lucha, su solidaridad, su calor,
y cómo no, por su gente.
La última tarde que pase en España, un
amigo, cooperante en Honduras, me dijo lo siguiente “Vive el momento al máximo,
pero no intentes que el resto viva lo que tú vas a vivir” Hace apenas dos días,
lo comprendí; no hay palabras para describir esta experiencia. Aun así, lo voy
a intentar.
Mi viaje comenzó tres semanas atrás, cuando
las trabajadoras del centro Las Flores me recibieron en el aeropuerto de
Tegucigalpa con algunas de las niñas. Ya en ese momento pude ver en sus
sonrisas y la ilusión de sus ojos que me
costaría mucho dejar este lugar; y en efecto, a una semana de volver a España
mis sentimientos comienzan a revolucionarse: ellas han conseguido que me sienta
como en casa.
Cuando vi el centro por primera vez, quedé
fascinada por la preciosidad del entorno en el que se ubica, caracterizado por el tono selvático de su vegetación, un
riachuelo y pequeños y humildes hogares. El Centro “Las Flores” lo componen
pequeñas casitas rodeadas de jardines y árboles de frutas exóticas donde
conviven veinte niñas con las que no sólo he aprendido cada día un poquito más
acerca de este maravilloso país, su gente, sus costumbres… Sino que he crecido
con ellas, con su fortaleza, su amabilidad y con la sonrisa que le muestran a
la vida cada día al despertar.
Esta experiencia está siendo una de las más
enriquecedoras que he tenido la oportunidad de vivir. Yo intento ofrecer cada
día lo mejor de mí, trabajando allá donde se precise mi ayuda, colaborando con
todas para que este hogar funcione; pero sin duda lo que recibo supera con
creces a lo que doy. Todas aquí se han preocupado de que conozca
los mejores rincones del país: he viajado a las ruinas Mayas de Copán, al
Cristo desde donde se divisa el último rincón de Tegucigalpa, a los preciosos
pueblos artesanos de Ojojona y Valle de Ángeles... Me han integrado en la vida hondureña: he ido a comprar frutas y vegetales
completamente nuevos para mí al Mercado de Comayagüela, he jugado al fútbol en
las laderas de La Cuesta, he molido tortillas de maíz, he tostado café, he
comido mangos y guayabas recién cogidos del árbol… Ellas han conseguido que me
sienta como en casa, por su entusiasmo, su alegría, sus abrazos de buenos días
y buenas noches. Ellas me han abierto su hogar y su corazón. Nuestros grandes
momentos juntas se han transformado en lecciones de historia, baile, cocina… y
todo ello hace impensable que apenas me quede una semana.
Mi gratitud y afecto va dirigido a ellas:
las niñas de este Centro, que me han ofrecido todo su cariño desde el primer
momento; y por supuesto, a la directora, y a todas las trabajadoras, que me han
cuidado y se han preocupado de no me falte de nada aquí. También les dedico
toda mi admiración por hacer esta preciosa labor, luchando cada día para que
este centro no cierre sus puertas; para
que este lugar consiga las escasas subvenciones que hay, y los medios y
recursos para que las niñas estén sanas y felices; para que tengan los apoyos necesarios y reciban
una educación de calidad; y sobre todo, para que se realicen como personas y
como mujeres fuertes e independientes.
Para mí, Honduras son ellas. Aquí se queda
un pedacito de mi corazón.
NIRA PLAZA COCA, VOLUNTARIA EN LA CASA DE LAS FLORES, TEGUCIGALPA. HONDURAS