sábado, 5 de septiembre de 2015

REGRESO A LAS FLORES


Hace un año que vine aquí. A mi vuelta nada ha cambiado, es como si el tiempo no hubiera pasado en este lugar, supongo que un año no da para mucho y en parte este sentimiento ayuda, pues da una sensación de haber vuelto a casa; y es que como ya escribí hace un año, en este lugar se quedó un pedacito de mí, y ya no puedo sino cuidar de él.

Las mismas sonrisas y abrazos en un caluroso recibimiento y mayores alegrías, esta vez más sinceras, las que salen del corazón en los reencuentros entre personas queridas.
Es maravilloso ese sentimiento de haber vuelto, como les prometí, y de volver a compartir risas, aprendizajes, alegrías, charlas en las madrugadas preparando café y frijoles, y en definitiva momentos que van haciendo cada vez más grande nuestro vínculo.
Este año la situación es más difícil, las mujeres y niñas que aquí trabajan y viven han tenido que luchar mucho para que este centro no cierre sus puertas, y las cicatrices se traducen en la falta de agua y luz, costes a los que no se puede hacer frente debido al encarecimiento de los servicios.
En esta aldea situada en mitad de montaña y bosque selvático, la falta de luz supone la finalización del día en todos los sentidos, pues después del crepúsculo ya no se puede trabajar a la luz de la luna.
Qué decir de la falta de agua, exprimiendo cada gota para asearnos, lavar la ropa, los trastes…. Y cuando se acaba, sólo queda cargar agua en la quebrada y traer baldes llenos de agua hasta aquí. Para empeorar la situación, atravesamos una sequía bien larga, no llueve desde hace ya tiempo.
A pesar de todo esto, no todo son penas y aquí se trabaja duro para celebrar las alegrías y por ello hemos comenzado un taller de decoración de macetas y jardinería con las niñas. De esta manera aprovechamos los beneficios terapéuticos de esta actividad como la relajación y el desarrollo de la creatividad, además de recaudar fondos para el centro con lo conseguido de su venta. Todas, no sólo las pequeñas, disfrutamos de esta actividad cada tarde mientras lo compaginamos con los quehaceres diarios.
 
 
Por supuesto no sólo es trabajar, y como las niñas también merecen disfrutar y pasárselo bien, el pasado fin de semana viajamos hasta unas aguas termales en La Paz, a dos horas de Tegucigalpa.
Hasta allí nos fuimos cargadas de comida para preparar unas ricas enchiladas y pasar el día bañándonos y disfrutando al fin del agua tan apreciada en estos tiempos de sequía.
Todo merece la pena por ver las sonrisas de unas niñas que son pura alegría, que se pasan el día trabajando y estudiando y aun así les quedan fuerzas para colaborar en aquello que sea necesario en el centro, en este hogar donde vivimos todas.
Este viaje nos ayudó a relajarnos, a tener un respiro de la continuada sequía y la escasez de agua, a recuperar fuerzas, a reírnos; nos brindó la oportunidad de pasar un merecido tiempo en familia fuera de deberes y tareas, sólo con la intención de disfrutar y aprovechar el tiempo juntas, celebrando nuestra familia; y sobre todo nos permitió disfrutar de la vida y sus  maravillas, que al final es lo que le da sentido a nuestro día a día.


Nira Plaza Coca
Voluntaria (subvención Diputación de Ciudad Real)
La Casa de Las Flores. Tegucigalpa. Honduras

 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

MI BALDE DE AGUA

Me gustaría hablaros de una problemática que aunque nos atañe a todos los habitantes de la tierra, sólo algunos la sufren.
 
Esta fotografía que he tomado es de mi cubo de agua de hoy, un cubo de 9 galones, 28 kg (aunque si lo lleno hasta arriba me es imposible cargarlo los dos kilómetros de camino hasta el internado) Me siento torpe y débil al ver a las niñas de esta casa hogar cagándolos sin problemas sobre sus cabezas.  Y es que sólo cuando te falta algo, de verdad comprendes cuánto cuesta conseguirlo.
Esta historia no va sobre el agua en general, trata sobre este cubo de agua en concreto, este balde de agua.
Un cubo de agua (cuando es lo único que tienes) aquí, a varios kilómetros de Tegucigalpa, en una aldea de algunas casas desperdigadas en medio de la frondosa vegetación de estos bosques selváticos, cuesta el sudor de dos kilómetros cargados literalmente a cuestas o en su defecto y para mi sorpresa  4 Lempiras. Cuando pregunto cómo es posible que un cubo de agua sucia pueda costar dinero, una niña le da un revés a mi cerebro acomodado al mundo de agua potable de grifo y me contesta  “-¡Tía! ¡Un cubo de agua sucia no!- Y ríe -¡Un cubo de AGUA!. Esa conversación, esa pregunta y respuesta, ese conjunto, me congelaron y me dejaron pensando un buen rato (aún exhausta por el esfuerzo físico realizado).
Honduras, y en particular esta zona, ya lleva tiempo de sequía a pesar que estamos en el mes lluvioso. Nuestra zona está  extremadamente seca, los lugareños se quejan de la deforestación como causa principal de la sequía, y bien saben que esto se debe a la masiva tala de árboles y bosques de la zona que hacen que las nubes vayan y aquí no dejen ni una gota.
La quebrada, el riachuelo que abastece la aldea está seco, apenas tiene algo de agua donde se bañan algunos niños de la zona y lavan la ropa sus madres, y de donde nosotras cargamos cubos de agua para asearnos, lavar algo de nuestra ropa, y utilizar en el baño; y no, aun exprimiendo la última gota no da para todo.
Por supuesto la situación no es tan drástica como parece. Existe la opción de comprar agua como en muchos lugares “más desarrollados”, pagar por un servicio básico que debería ser común a todo el mundo y recibir cómodamente en casa (como anotación, y por si no lo sabéis, aquí el agua del grifo no es potable de ninguna manera) pero tristemente no todas las personas pueden hacer frente a este coste y su encarecimiento continuo.
Las Flores es un centro de niñas, una casa hogar que acoge a 20 niñas, que duramente  (y tarde) recibe subvenciones del gobierno, y mejor no hablar de la Iglesia, que a pesar de pertenecer a esta institución, se desentiende totalmente del mismo.
Las donaciones privadas, la solidaridad vecinal, la venta de artesanía, la cooperación internacional… ayudan a que este centro no cierre las puertas.
Toda esta situación, tan lejana y desconocida para mí, que hace dos semanas estaba bañándome en mi piscina, tomando duchas diarias y abriendo el grifo para beber agua potable, me hacen replantearme más que nunca qué estamos haciendo con el planeta, y en qué nos estamos convirtiendo o nos hemos convertido como seres humanos. Y es que aunque vivamos en el mismo planeta, realmente en algunos rincones estamos protegidos con una cúpula de cristales tintados para no ver la realidad fuera de nuestras fronteras.
Europa está en crisis, España está en crisis, la economía europea se tambalea. ¿Crisis de qué?
El modelo económico que tenemos, este capitalismo salvaje del que nos beneficiamos en los “países desarrollados”, modelo y estilo de vida que sobrevive de la avaricia, recae directamente en vidas ajenas, en el otro lado del mundo; tiene un coste. Y aunque a nuestros ojos sea asequible, el coste real es mucho mayor, ya sea en derechos humanos o recursos naturales, y de verdad que no lo vemos, aunque lo tengamos delante. Son los cristales tintados a los que nos hemos acostumbrados.
Mientras unos abrimos el grifo y despilfarramos el agua potable, a otros les cuesta cargar litros de agua sobre sus cabezas durante kilómetros.
Nosotras podemos dar gracias: tenemos agua. Incluso cuando no hay agua, podemos destinar algunos fondos y comprarla. ¿Cuántas personas en el planeta no podrán hacer esto? ¿Cuánta gente no podrá acceder a este recurso tan básico? Y por otro lado, ¿Cuántos de nosotros, de los que estáis leyendo esto, nos hemos visto sin acceso al agua más de dos horas? Y llegados a este punto, ¿Cómo, siendo esta diferencia tan abismal, podemos realmente empatizar y comprender este problema?
 
Nira Plaza Coca

Voluntaria en La Casa de Las Flores (Subvención: Diputación de Ciudad Real)
Tegucigalpa, Honduras