La empatía es un sentimiento que
a veces es difícil alcanzar cuando estamos inmersos en nuestra ajetreada y
cómoda rutina, de la que no somos más que víctimas aisladas de los problemas
ajenos. Sin embargo, cuando tienes la oportunidad de vivir la vida de otras
personas, de adentrarte en su día a día, con sus retos y quehaceres cotidianos,
con sus dificultades y sus recompensas; ganas algo que te ayuda a crecer como
persona, ganas humanidad, sensibilidad; ganas fortaleza, integración; consigues
desprenderte de tu rol social para ser lo que se necesita de ti. En definitiva
ganas felicidad, porque ya se sabe, no es más feliz quien recibe, sino quien
da; y cuando comprendes esto, ganas un poquito más como persona.
El tiempo que estuve en Honduras
realizando un voluntariado, gané todo eso y más. Sinceramente soy incapaz de
describir con palabras todo lo que recibí de aquellas niñas y trabajadoras que
se volcaron en hacer de mi estancia con ellas, uno de los periodos más felices
de mi vida. Creo que todo el mundo que ha vivido una experiencia similar,
estará de acuerdo conmigo en que el descubrir que te sobran un 80% de tus
bienes materiales, te hace sentirte libre. Que el no tener lavadora, te hace
ser consciente de que no necesitas tanta ropa; que el no tener agua potable, te
hace no malgastarla; que el no recibir gratis nada en esta vida, te obliga a
valorar tu esfuerzo, a pelear por lo que realmente quieres. Y sobre todo, te
hace ser consciente de la desigualdad que existe en el mundo. Vivimos nuestras
vidas de confort alejadas de la realidad social, y a veces es necesario que se
nos pellizque un poquito (o mucho) para despertar.
Estando allí, conocí a personas
que me ayudaron a comprender todo esto, y que además, reinventaron mi concepto
de amistad, de altruismo, de cooperación; y por ello me gustaría contaros un
poquito más de estas pequeñas grandes luchadoras, y de las educadoras que dan
lo mejor de sí mismas para velar por la seguridad de estas niñas y para que poco
a poco construyan su proyecto de vida.
El Centro las Flores es una casa
de acogida ubicada en las afueras de Tegucigalpa, en ella conviven veinte niñas
de edades comprendidas entre 6 y 18 años que han sido víctimas de violencia sexual. Gracias a este centro,
con el cual colabora esta ONG, las niñas pueden vivir en un entorno seguro que
les provee de sus necesidades básicas; algo tan simple y tan vital para la
infancia como alimentación, asistencia médica, educación, y seguridad. Gracias
a esta labor las niñas pueden desarrollar su independencia, pueden encaminar un
futuro de vida que ellas mismas deciden.
Mantener este Centro abierto
supone mucho esfuerzo, obviamente. Por un lado, recursos humanos; en este caso
un equipo de personas que se desviven para que este centro no cierre sus
puertas. Las Flores cuenta con una directora y una trabajadora social que
trabajan por las niñas, por su educación, que les enseñan a ganarse las cosas
con esfuerzo y superación, que les hacen fuertes en sus momentos débiles y
humildes en los ataques típicos de la infancia y adolescencia; y unas
educadoras que les dan todo su amor, que viven en el centro con ellas las 24
horas del día, lo que supone un gran sacrificio personal que están dispuestas a
realizar porque saben que son el mayor apoyo para ellas, que son su otra familia.
También forman parte de esta red humana las ONG y asociaciones que luchan por
mantener con vida este proyecto, la ONG española “Asociación para el Desarrollo
y la Igualdad” y la hondureña “Asociación Koinonía”; y cómo no, también todas
las madrinas y padrinos que colaboran con ellas.
Y
por otra parte, el lado menos amable pero necesario igualmente, los
recursos económicos. En un país como Honduras, donde la pobreza está a la orden
del día, las subvenciones por parte del gobierno llegan tarde o no llegan, y
estas modestas asociaciones tienen que lidiar con infinidad de dificultades
para conseguir este dinero con el que hacer frente a necesidades tan básicas.
Yo he sido testigo de todos estos obstáculos diarios a los que se enfrenta el
centro cada día para mantener sus puertas abiertas, y cuando has vivido su realidad
no puedes permitir que estas niñas vuelvan a su vida anterior; este centro es
lo único que les asegura un futuro digno, y entonces entiendes todo lo que
estas personas hacen para que siga funcionando.
Para que las conozcáis un poquito
más, estas veinte niñas, a cuál más especial, combinan sus tareas en el centro
(limpieza, mantenimiento, cocina, cuidado de los animales, lavandería…) con su
educación. Unas van al colegio, otras a un centro especial, y otras a un centro
de adultos en el que trabajan duramente para compensar su incorporación tardía
al sistema educativo. Con su esfuerzo y dedicación al trabajo, cuatro de ellas consiguieron estar en el
cuadro de honor del colegio el curso pasado, y las más mayores, en su último
año de bachillerato, ya comienzan a pensar en su futuro universitario;
medicina, empresariales y veterinaria.
Son unas chicas maravillosas, con
una optimista visión del futuro y trabajadoras como nadie. Derrochan alegría y también
les gusta pasárselo bien ¡por supuesto! Además les encanta el baile, ¡ellas
fueron mis profes en la punta hondureña!
Ahora acaba de comenzar el curso
escolar, y con ello hay que hacer frente a gastos adicionales de material,
transporte, ropa… además de las facturas: agua potable, comida, utensilios de
aseo, salario de las trabajadoras… y todos aquellos imprevistos que vienen sin
esperar. Por ello me gustaría animaros a colaborar con el centro desde la ONG
española que trabaja con ellas; como podéis imaginar ¡cualquier donación es
bienvenida! Todo sea por que este centro pueda seguir acogiendo a niñas víctimas
de una sociedad en la que vivimos todos. ¡Gracias de parte de todas las chicas
de las Flores!
Nira Plaza Coca (Londres)
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