lunes, 16 de febrero de 2015

NIRA DESDE LEJOS....PERO SIEMPRE CON "LAS FLORES"


La empatía es un sentimiento que a veces es difícil alcanzar cuando estamos inmersos en nuestra ajetreada y cómoda rutina, de la que no somos más que víctimas aisladas de los problemas ajenos. Sin embargo, cuando tienes la oportunidad de vivir la vida de otras personas, de adentrarte en su día a día, con sus retos y quehaceres cotidianos, con sus dificultades y sus recompensas; ganas algo que te ayuda a crecer como persona, ganas humanidad, sensibilidad; ganas fortaleza, integración; consigues desprenderte de tu rol social para ser lo que se necesita de ti. En definitiva ganas felicidad, porque ya se sabe, no es más feliz quien recibe, sino quien da; y cuando comprendes esto, ganas un poquito más como persona.
El tiempo que estuve en Honduras realizando un voluntariado, gané todo eso y más. Sinceramente soy incapaz de describir con palabras todo lo que recibí de aquellas niñas y trabajadoras que se volcaron en hacer de mi estancia con ellas, uno de los periodos más felices de mi vida. Creo que todo el mundo que ha vivido una experiencia similar, estará de acuerdo conmigo en que el descubrir que te sobran un 80% de tus bienes materiales, te hace sentirte libre. Que el no tener lavadora, te hace ser consciente de que no necesitas tanta ropa; que el no tener agua potable, te hace no malgastarla; que el no recibir gratis nada en esta vida, te obliga a valorar tu esfuerzo, a pelear por lo que realmente quieres. Y sobre todo, te hace ser consciente de la desigualdad que existe en el mundo. Vivimos nuestras vidas de confort alejadas de la realidad social, y a veces es necesario que se nos pellizque un poquito (o mucho) para despertar.
Estando allí, conocí a personas que me ayudaron a comprender todo esto, y que además, reinventaron mi concepto de amistad, de altruismo, de cooperación; y por ello me gustaría contaros un poquito más de estas pequeñas grandes luchadoras, y de las educadoras que dan lo mejor de sí mismas para velar por la seguridad de estas niñas y para que poco a poco construyan su proyecto de vida.
El Centro las Flores es una casa de acogida ubicada en las afueras de Tegucigalpa, en ella conviven veinte niñas de edades comprendidas entre 6 y 18 años que han sido víctimas  de violencia sexual. Gracias a este centro, con el cual colabora esta ONG, las niñas pueden vivir en un entorno seguro que les provee de sus necesidades básicas; algo tan simple y tan vital para la infancia como alimentación, asistencia médica, educación, y seguridad. Gracias a esta labor las niñas pueden desarrollar su independencia, pueden encaminar un futuro de vida que ellas mismas deciden.
Mantener este Centro abierto supone mucho esfuerzo, obviamente. Por un lado, recursos humanos; en este caso un equipo de personas que se desviven para que este centro no cierre sus puertas. Las Flores cuenta con una directora y una trabajadora social que trabajan por las niñas, por su educación, que les enseñan a ganarse las cosas con esfuerzo y superación, que les hacen fuertes en sus momentos débiles y humildes en los ataques típicos de la infancia y adolescencia; y unas educadoras que les dan todo su amor, que viven en el centro con ellas las 24 horas del día, lo que supone un gran sacrificio personal que están dispuestas a realizar porque saben que son el mayor apoyo para ellas, que son su otra familia. También forman parte de esta red humana las ONG y asociaciones que luchan por mantener con vida este proyecto, la ONG española “Asociación para el Desarrollo y la Igualdad” y la hondureña “Asociación Koinonía”; y cómo no, también todas las madrinas y padrinos que colaboran con ellas.
Y  por otra parte, el lado menos amable pero necesario igualmente, los recursos económicos. En un país como Honduras, donde la pobreza está a la orden del día, las subvenciones por parte del gobierno llegan tarde o no llegan, y estas modestas asociaciones tienen que lidiar con infinidad de dificultades para conseguir este dinero con el que hacer frente a necesidades tan básicas. Yo he sido testigo de todos estos obstáculos diarios a los que se enfrenta el centro cada día para mantener sus puertas abiertas, y cuando has vivido su realidad no puedes permitir que estas niñas vuelvan a su vida anterior; este centro es lo único que les asegura un futuro digno, y entonces entiendes todo lo que estas personas hacen para que siga funcionando.
Para que las conozcáis un poquito más, estas veinte niñas, a cuál más especial, combinan sus tareas en el centro (limpieza, mantenimiento, cocina, cuidado de los animales, lavandería…) con su educación. Unas van al colegio, otras a un centro especial, y otras a un centro de adultos en el que trabajan duramente para compensar su incorporación tardía al sistema educativo. Con su esfuerzo y dedicación al trabajo,  cuatro de ellas consiguieron estar en el cuadro de honor del colegio el curso pasado, y las más mayores, en su último año de bachillerato, ya comienzan a pensar en su futuro universitario; medicina, empresariales y veterinaria.
Son unas chicas maravillosas, con una optimista visión del futuro y trabajadoras como nadie. Derrochan alegría y también les gusta pasárselo bien ¡por supuesto! Además les encanta el baile, ¡ellas fueron mis profes en la punta hondureña!
Ahora acaba de comenzar el curso escolar, y con ello hay que hacer frente a gastos adicionales de material, transporte, ropa… además de las facturas: agua potable, comida, utensilios de aseo, salario de las trabajadoras… y todos aquellos imprevistos que vienen sin esperar. Por ello me gustaría animaros a colaborar con el centro desde la ONG española que trabaja con ellas; como podéis imaginar ¡cualquier donación es bienvenida! Todo sea por que este centro pueda seguir acogiendo a niñas víctimas de una sociedad en la que vivimos todos. ¡Gracias de parte de todas las chicas de las Flores!
 
Nira Plaza Coca (Londres)