Hace un año que vine aquí. A mi vuelta nada
ha cambiado, es como si el tiempo no hubiera pasado en este lugar, supongo que
un año no da para mucho y en parte este sentimiento ayuda, pues da una
sensación de haber vuelto a casa; y es que como ya escribí hace un año, en este
lugar se quedó un pedacito de mí, y ya no puedo sino cuidar de él.
Las mismas sonrisas y abrazos en un
caluroso recibimiento y mayores alegrías, esta vez más sinceras, las que salen
del corazón en los reencuentros entre personas queridas.
Es maravilloso ese sentimiento de haber
vuelto, como les prometí, y de volver a compartir risas, aprendizajes,
alegrías, charlas en las madrugadas preparando café y frijoles, y en definitiva
momentos que van haciendo cada vez más grande nuestro vínculo.
Este año la situación es más difícil, las
mujeres y niñas que aquí trabajan y viven han tenido que luchar mucho para que
este centro no cierre sus puertas, y las cicatrices se traducen en la falta de
agua y luz, costes a los que no se puede hacer frente debido al encarecimiento
de los servicios.
En esta aldea situada en mitad de montaña y
bosque selvático, la falta de luz supone la finalización del día en todos los
sentidos, pues después del crepúsculo ya no se puede trabajar a la luz de la
luna.
Qué decir de la falta de agua, exprimiendo
cada gota para asearnos, lavar la ropa, los trastes…. Y cuando se acaba, sólo
queda cargar agua en la quebrada y traer baldes llenos de agua hasta aquí. Para
empeorar la situación, atravesamos una sequía bien larga, no llueve desde hace
ya tiempo.
A pesar de todo esto, no todo son penas y
aquí se trabaja duro para celebrar las alegrías y por ello hemos comenzado un
taller de decoración de macetas y jardinería con las niñas. De esta manera
aprovechamos los beneficios terapéuticos de esta actividad como la relajación y
el desarrollo de la creatividad, además de recaudar fondos para el centro con
lo conseguido de su venta. Todas, no sólo las pequeñas, disfrutamos de esta
actividad cada tarde mientras lo compaginamos con los quehaceres diarios.
Por supuesto no sólo es trabajar, y como
las niñas también merecen disfrutar y pasárselo bien, el pasado fin de semana
viajamos hasta unas aguas termales en La Paz, a dos horas de Tegucigalpa.
Hasta allí nos fuimos cargadas de comida
para preparar unas ricas enchiladas y pasar el día bañándonos y disfrutando al
fin del agua tan apreciada en estos tiempos de sequía.
Todo merece la pena por ver las sonrisas de
unas niñas que son pura alegría, que se pasan el día trabajando y estudiando y
aun así les quedan fuerzas para colaborar en aquello que sea necesario en el
centro, en este hogar donde vivimos todas.
Este viaje nos ayudó a relajarnos, a tener
un respiro de la continuada sequía y la escasez de agua, a recuperar fuerzas, a
reírnos; nos brindó la oportunidad de pasar un merecido tiempo en familia fuera
de deberes y tareas, sólo con la intención de disfrutar y aprovechar el tiempo
juntas, celebrando nuestra familia; y sobre todo nos permitió disfrutar de la
vida y sus maravillas, que al final es
lo que le da sentido a nuestro día a día.
Nira Plaza Coca
Voluntaria (subvención Diputación de Ciudad Real)
La Casa de Las Flores. Tegucigalpa. Honduras
La Casa de Las Flores. Tegucigalpa. Honduras
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